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A lo largo de 160 Km el tren serpentea desde el bosque nuboso-lluvioso de las Tierras Altas hasta las llanuras índicas de la Costa Este. Cada giro en el camino puede sorprenderte cruzando un puente de cuarenta metros de altura o siendo devorado por las negras fauces de un túnel de longitud impredecible; con una deslumbrante catarata o con arrozales pintando un paisaje que corta la respiración.
Durante 18 paradas este tren une, una vez por semana, algunas aldeas perdidas en la selva que solo tienen este medio para hacer negocio. En muchos de los pueblecitos no hay carreteras alternativas debido a la difícil geografía.
La llegada del tren es todo un acontecimiento en el pueblo. La gente espera en la estación, engalanados con sus mejores trajes, ofreciendo su gastronomía, esperando a familiares, el sofá que compraron o, simplemente, la posibilidad de vender algún producto local a los viajeros del tren. Éste, al menos de momento, no es un tren turístico sino un evento social para los locales, una parte de la vida diaria.
La lenta velocidad, no más de 20-30 Km/h contrasta con el frenético tránsito de gente subiendo y bajando, de trabajadores cargando y descargando mercancía, de vendedores ambulantes vendiendo comida a los pasajeros a través de puertas y ventanas…
El sonido de este tren es el ruido de la vida.
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